30 de noviembre de 2008

A mi hermano E


Cuarenta años después, aún te tomo de la mano si necesitas compañía y luz.
Y te descubro como un hombre maduro de quien aprendo, a quien necesito, y a quien quiero con todo mi corazón.


14 de noviembre de 2008

Seducida por el tango



Me inscribí hace unas semanas en una academia de baile para iniciarme en el tango, que siempre me ha fascinado.
Desde los primeros pasos básicos, al compás de dos por cuatro, el tango crea adicción.
Desde las grietas del gastado parqué de madera color miel hasta la escayola amarillenta del techo, pasando por los resquicios de las viejas ventanas, el bandoneón resuena en un melancólico llanto de fuelles.
Baile de roces de tobillos y rodillas, de sensuales pasos atrás y engaños de miradas, gestado en los burdeles y de controvertido origen, enamora aún bailando sola.
Ensayados los ciclos de cinco pasos bien aprendidos, y en secuencias sencillas pero aleatorias al dictado de la profesora, me sacó por sorpresa a bailar en mitad de la sala.
No entiendo por qué me puse tan nerviosa. Quizá por ser observada por el resto de los alumnos. Por ser la primera vez que tocaba a la maestra. Por el silencio repentino de la sala. Estaba como un flan.
Frente a mí, me tomó las manos, me dio unas cuantas indicaciones sobre la secuencia, puso mi mano izquierda sobre su hombro derecho y me tomó por la mitad de la espalda. Mandó a poner la música, Arrabal Amargo.
De inmediato me trasmitió su serenidad y me llevó enérgica y contundentemente enlazada. Susurrando el nombre del paso a dar, nacía la sincronía como por arte de magia. Oyendo el tango con el corazón, los pasos memorizados cobraban sentido. Era como estar poseída sin ser sometida. Disciplinada pero libre. El tiempo quedó en suspenso. El mundanal ruido de coches y gentío tras las ventanas, enmudeció.
Cuando Gardel terminó, tomé conciencia de mi ritmo cardíaco, de que estaba empapada en sudor, y de que el tango me había conquistado para siempre.

2 de noviembre de 2008

La caja del regreso

Ubiqué en un rincón escondido de este nuevo hogar, la caja que contenía las carencias. A veces paso de refilón a su lado, sé que no debo curiosear en ella por ahora.
A 15 minutos en coche del pasado, en alguna curva, extravié un par de cajas, la de los miedos y la que rotulaba las tristezas.
Esta mañana he abierto la última, ésta. La que me trae de vuelta a este lugar de refugio y descubrimientos.
La caja del Regreso.

Nuevos espacios

Los olores y sonidos de esta casa no dejan de sorprenderme.
La vecina de arriba canta a su bebé y acalla su llanto de un modo casi mágico, en momentos sorprendentes que son un regalo, en los que muchos afinamos el oído, cada cual sabe qué llanto silencia o qué sosiego encuentra.
La abuela de al lado cocina con mimo para su nieto, al que cubre de elogios y mimos.
Por las tardes se elevan al cielo las risas de los niños que juegan en el jardín que comparten.
En la torre de los lavaderos, los uniformes blancos de la enfermera de arriba se camuflan entre las nubes.
El abuelo que riega los geranios siempre a la misma hora, la adolescente melancólica asomada a la ventana reflexiona su atuendo, el joven que busca cobertura en su móvil saca medio cuerpo por la ventana, la mujer madura que saca brillo de espejo a sus cristales.
Gentes, vidas.
Me inserto, me acoplo, y vivo.

22 de agosto de 2008

Como agua

Ella se vio forzada a escapar.
De nuevo.

Acorralada en el callejón de la injusticia.

Intimidada por los recuerdos de un pasado doloroso, que se revivía absurdamente en su presente.
Lo había estado temiendo durante años, mas llegó por sorpresa, como un aguacero en verano.

Objeto de mofa y calumnia, se sintió ultrajada.
Como si ella fuese aún el motivo de su desgracia.

Adelantó su huída precipitada a su marcha planificada.
Volvió a comprar su libertad nueva.
Pagó de nuevo por su intimidad firmada, sentenciada por jueces, mas por él negada.
Empaquetó aprisa y dejó su hogar.

Allí, ahora, las damas de noche se rebelaron y cayeron muertas sobre la hierba seca. Las hojas marchitas se amontonan unas sobre otras. Las enredaderas lucharon por abandonar los muros, y cayeron exhaustas.
El jazmín expiró en perfumes rancios. Se acurrucó sobre sí mismo abandonándose al sol.
La vida escapa, como ella, del jardín, y se camufla en una de sus maletas.
Encerró entre muros y ventanas del hogar sin calor, los reproches mutuos y los gritos huecos.
Lapidó el pasado y le dio la espalda.
Esa espalda que tantos vacíos lastraba.
Mas se sorprendió liviana y fresca.
Como agua.

Instantes

El instante preciso
Que la noche roba el aroma
De la dama en blanco
Aferrada al patio encalado en plata.

El instante súbito
Que el verso vive sin ser escrito,
Para acoplarse en música
De palabras.

El instante incauto
Que la cresta trepa
Para caer ingenua
En estalladas blancas.

El instante trémulo
Del paso andado
que dibuja huellas
desfiguradas.

El instante fugaz
Que la risa escapa
Del llanto oculto
De las miradas.

El instante iluso
Que vence la sombra
de ramas
Que merced del viento
Al sol no embaucan.

El instante definitivo:
la noche muere siempre
A la luz del alba.

Instantes que suceden a instantes
Que la vida persigue
En su perenne afán.

15 de agosto de 2008

Todo va a salir bien





La tarde se presentaba envuelta en un suave y constante viento de poniente. La Tierra de despedía a popa, segura de sí misma, orgullosa. Entre vaivenes armoniosos aguardaba el regreso calculado de una tripulación novata.
El Agua cobraba colores más intensos cuanto más la costa se alejaba, e invitaba a su baile de gala. Las olas sin espuma cobraban mayor altura al compás aleatorio de su danza privada.
Me integré en el Aire, y me desbarató a su antojo.
Me fundí con el mar, y percibí su alma viva y grandiosa.
Elemento receloso a mostrar sus oscuros secretos, cerróse a la luz del sol, casi a cal y canto, y cobró color profundo. Mas permisivo, se dejaba acariciar por la quilla de un velero con rumbo condescendientemente admitido.
En el cielo, un salpicón de nubes se disipaba lento, al paso del palo que ata una vela que presume no flamear, ondeando firme y altanera.
Y mi fuero interno se incendió en el Fuego de la conciencia sosegada. Porque todo ha de salir bien, cuando se hace lo correcto.

22 de julio de 2008

Ahora

En un repetido canto de voz madura,
matizada serena,
sostenida ahora
al compás de una brisa
ajena a las horas.

Perfumada con risas
al ritmo que evoca
una juventud desterrada.

Loca.

Con urgencia de danza de un cuerpo
que ahora abriga
un alma nueva que ansía y devora.

Bendiciendo la suerte
Que giró sorprendente
El destino anunciado
Del que ya nada espera.

Sobre la piel de siempre
Se escriben caricias nuevas.
Entre susurros hierven.
En su espera, queman.

Sin distancias que no se antojen ínfimas.
Sin temor, ataviado de absurdo.
Sin medida cuantificable.
Sin pudor alguno.

9 de mayo de 2008

- Pide un deseo - y se cruzó de brazos, en espera de respuesta.
- Saber elegir cual pedirte, entre tantos como guardo - contesté rápidamente.
- ¿Todos son para ti?
- Ninguno
- Pide un deseo para ti - repitió impaciente.
- Saber elegir cual pedirte, entre tantos como guardo.

No me creyó, y volvió a perderse en los laberintos de las dudas.

13 de abril de 2008

Asalto

No se limita a cepillar-se al padre, ahora le cepilla el pelo a la hija... -bajó la cabeza y me escudriñaba por encima de las gafas. No había mala intención en su comentario. Haciéndome la sorda, pasé página a la revista, que por supuesto no leía, porque trataba de dar respuesta al montón de preguntas que me hacía mi conciencia... tan aprisa... a la vez que hacía comentarios triviales para cambiar el tema de conversación.
Pero me quedó suspendida una pregunta sin respuesta.
Esa incógnita desencadenó otro atropello de interrogantes.
Me asaltó el miedo.
A veces no se sabe qué hacer.
Sólo se tiene muy claro, lo que no se debe hacer.

2 de abril de 2008

27 kilómetros, 27 años. (III parte)

Hice una escapada a Cádiz, para comprar las entradas de un concierto en Madrid para Julio y ver en directo a The Police. Necesitaba hacerme una revisión médica de rutina, y aproveché el viaje.
Con dos palmaditas en la espalda de aprobación, y con sosiego en el alma, me entretuve en mirar en un centro comercial la cartelera de espectáculos en la capital. Cuatro temporadas lleva el musical de mayor éxito en España, Hoy no me puedo levantar, con más de un millón de espectadores. Nacho Cano anuncia que será la última, que bajará el telón definitivamente este año. Puro marketing.

Visité a mi madre, que había encontrado entre los trastos algunas cosas que quería darme, entre ellas, una fotografía en blanco y negro donde aparezco con un vestido que aún recuerdo, que data del año 1972, donde por un instante vi a mi hija, y mi vinilo más preciado con su desgastada funda, con las letras a la espalda que tanto canté, con su piano nevado en la portada, con mi adolescencia impregnada en su olor a viejo, con los lomos rotos por el roce de los años, veintisiete años.

De regreso a casa, durante los 27 kilómetros de vuelta oyendo Kiss FM, a la que soy adicta desde que nació tímidamente hace seis años, mientras el Atlántico se deslizaba orgulloso a mis pies cruzando el puente levadizo que une la península gaditana de la península ibérica con el lugar donde siempre soñé vivir y las circunstancias me llevaron por puro azar, miraba con el rabillo del ojo al asiento del copiloto, y hacía balance de mis sueños cumplidos, de mi obra maestra, mi hija, que era mi vivo retrato, de las bestiales batallas que he librado y vencido, y tomé conciencia de mi fortuna, de mis tesoros, de mi presente.

En lo más alto del puente José León de Carranza, bajé a tope las ventanillas, el levante de siempre me despeinó, inspiré todo el salitre de mar que pude… y expiré pura felicidad.

27 kilómetros, 27 años. (II parte)

Corrían los 80 vertiginosamente, cuando a mis quince años Mecano, sacaba a la luz un disco con nombre propio. Se repetía hasta la saciedad en todas las diales de radio. El tema “Hoy no me puedo levantar” estuvo más de dos meses en los número uno de ventas. Por otro lado, a través de una amiga del instituto, que no tomaba apuntes en clase jamás, que tocaba la guitarra española cuando hacía rabona, y que era la alumna más destacada del centro, descubría a Supertramp, y su obra maestra “Even in the Quietest Moments”. A escondidas de mi padre, estrené en su tocadiscos el primer vinilo que compré con mis escasos ahorros, y no me cansada de escuchar “Fool’s Overture”. Durante los más de diez minutos que dura la pieza, que considero una obra de arte, chapurreaba la letra en mi patético inglés, con el vello erizado al abrigo del eco de las campanadas de fondo.
Años en los que vestí los primeros vaqueros ajustados, calcé botas vaqueras que lustraba con grasa de caballo apestando toda la casa, en los que me corté demasiado el flequillo, en los que fumé los primeros cigarrillos, y en los que escondí (mal escondidos) los primeros besos en los labios de otro quinceañero, cuyo rostro olvidé.
Ya entonces me había enamorado del Puerto de Santa María, un pueblecito famoso por su marisco, sus playas, y un ambiente tan cosmopolita, que me subyugó. Algún que otro domingo, mi padre nos llevaba a mi hermano y a mí, para darle una mariscada a mi madre, buscando el perdón de ella, después de una disputa matrimonial. Ya estábamos acostumbrados, tanto a las trifulcas como a las reconciliaciones.
Juré que cuando fuese mayor, viviría allí, en el Puerto. Una ventana inmensa al Atlántico.

22 de marzo de 2008

Feria de primavera

Había escampado, y debía aprovechar. Las nubes se desperdigaban para ir dejando claros en el cielo. La lona ya pesa lo suficiente en seco, como para permitir que se moje antes de montarla. La cuadrilla la formaban una veintena de jóvenes, a los que les costaba mantener a raya. Cerró la botella de agua, terminó de tragar el último bocado y con el dorso de la mano se limpió la boca.
Moreno de piel y pelo, el sol había arrugado prematuramente su cara.
El trabajo físico le permitía mantenerse en forma. Su constitución era delgada, pero sus huesos empezaban a gastarse bajo su musculatura bien formada.
Se puso en pié y se desperezó. Miró a los chicos… Recordaba cuando él empezó a montar las carpas de feria. Comenzó con una destartalada furgoneta, y tras unos duros comienzos, se hizo de la reputación suficiente para poder comer cada día. Más nada quería.
De pueblo en pueblo, conocía sobradamente el calendario de memoria de todas las ferias de la provincia. Tenía dotes de mando, pero sabía que a los jóvenes había que darles una de cal y una de arena. Así le aleccionó su padre, y el paso del tiempo, se lo confirmaba.
Se metió dos dedos abiertos en la boca y silbó. Hasta el más sordo debió oírle, y los chavales se pusieron firmes al momento.
Horas más tarde, todo tomaba color.
Las estructuras sólidas, las listas verdes y blancas de las lonas, bien perpendiculares al suelo, los vientos firmes, y en menos que canta un gallo, el albero estaba a la sombra de varias y firmes carpas de feria.
Poco a poco, se iba montando el escenario a lo largo del terreno que anualmente daba espacio a la Feria de la Primavera. La contrata del ayuntamiento ya había instalado los baños prefabricados. Los electricistas y el resto de los montadores, ya habían acabado la puerta principal de entrada. Una herradura de color púrpura, custodiada por columnas que servían de apoyo, darían un año más el paso a miles de visitantes, feriantes, cantaores, bailaoras, políticos, periodistas, cocineros, famosos…
Eran las cinco de la tarde. Acababa por hoy la faena. Aún tenía la mañana siguiente para atar cabos sueltos, dar un repaso general, y pasar a cobrar el jornal. El alumbrado estaba anunciado por los medios de comunicación a la una del mediodía.
Empapado en sudor, terminó su botella de agua echándosela por el rostro que miraba al techo. Y al bajar la cabeza, pestañeando gotas, la vio.
Clavada ante la tarima de madera que serviría de tablao para el baile, dubitativa, temerosa. Podría estar rezando. Podría estar retando al suelo de madera. Elevó un pie, encerrado sin holgura en tacones de baile de color rojo, tomó impulso, y se plantó en el tablao. Lo midió con los ojos. Al comienzo del taconeo de ensayo, se hizo el silencio en la carpa. Uno, dos, tacón, punta. Uno, dos, tacón, punta. El eco se dibujó de sus taconeos. Embutida en una falda negra de orillas blancas, encorsetada en una blusa blanca de puños con volantes enormes, que apenas vislumbraban las castañuelas ébano, comenzó su baile de ojos cerrados, de cejas sentidas, de cabello suelto.
En cada giro su falda pintaba olas negras al aire. Uno, dos, tacón, punta. Uno, dos, tacón, punta.
Cada brazada castañeada al aire, uno, dos, lo hipnotizaba.
La melena azabache se alborotaba. Uno, dos, tacón, punta.
El corazón le saltaba desbocado en el pecho, uno, dos, tres y cuatro.

Terminado el ensayo, el aplauso fue estruendoso.
Bajó al suelo de un salto, sonriente, satisfecha. Como si hubiese vencido algún miedo.
Al pasar a su vera, le miró sonriente. Endiabladamente bella. Uno, dos, tacón, punta.
Ahí donde ella enterrierra sus miedos él comienza su condena. Uno, dos, tres y cuatro.

Volvió en sí, aturdido por el recuerdo. Con ese pellizco de pena que le causaba siempre que en su cabeza martilleaba el uno, dos, tacón, punta… uno, dos, tres y cuatro...

20 de marzo de 2008

Un otoño cualquiera


Soplan aires de otoño,
refrescando calores que se resisten a marchar.
Cayeron las primeras gotas de lluvia,
limpiando con pereza todo cuanto  tocan.

Cayeron las primeras hojas,
aún sin dorar lo suficiente,
elevándose en el aire al capricho del viento  sin horas, pretendiendo volar.

El mar se niega a ser turquesa.
Vistió sus galas grises y marrones
 para no desentonar.

El verde ya no crece aprisa.

Pero esa enredadera
que germinó algo tardía,
trepa incesante.
 Asciende y se fija.
Crece y se enreda.
 Se asienta y se gira.
 Me atrapa y me acerca.
Mi cuerpo a tu cuerpo.
 Tu verde, a mi vera.

17 de marzo de 2008

Las amigas

Hoy me decía una buena amiga :

"ahora sé que nunca compartiré mi vida con nadie, que el hombre que necesito no lo podré encontrar jamás aquí, que deberá ser tan especial, que no habrá nacido nunca"

Y me asaltó una extraña amargura. Porque lo comentaba entre risas. Pero sé que no reía.

El hombre del aeropuerto

Había encontrado un filón en el aeropuerto.
Los pasajeros cargados de maletas, bolsas, regalos y cansancio en sus rostros, fluían cada día con historias que contar.

Él buscaba entre los que regresaban, y no todos eran blanco de su curiosidad. La mayoría eran transparentes a sus ojos, y pasaban desapercibidos. Otros pocos, demasiado pocos, eran objeto de algún argumento para su próximo relato.

En días de fiesta, largos puentes y vacaciones señaladas, la sala se llenaba de familiares, amigos, azafatas de agencias de viaje, taxistas contratados…un hervidero de gente.

Estudiaba el panel luminoso, elegía aquellos vuelos que indicaban retraso, y preferentemente del extranjero. Ya sabía a qué puerta dirigirse, y frente a ella, deambulaba con su lápiz y su libro de notas preparados en el bolsillo del pantalón.

Era delgado. No demasiado alto. Vestía informal y sus zapatos brillaban exageradamente. Sus ojos oscuros buscaban oteando la amplitud de la sala.

Escudriñaba entre los anuncios publicitarios. Una página web anunciaba payasos por contrato para los niños hospitalizados. La payasa sonreía recostada sobre el hombro de un niño de ojos tristes y sonrisa dibujada.

Quizá… una payasa. Y anotaba en sugerencias.

Un padre besaba a su hija adolescente con ternura:

- Cariño, ya sabes cómo es él… es muy terco… Se ha empeñado en cambiar de caballo. Le dije que Zodia ya estaba preparado, que ha vuelto a saltar sin miedo…
- Papá, yo no quiero que nadie monte a Zodia… nadie que no sea él- Le hacía pucheros al padre.
- Lo sé, cielo. Veremos qué pasa cuando vuelva a montarlo.

Quizá… un jinete sin confianza en su caballo de competición. Y anotaba en sugerencias.

Una pareja de mediana edad discutía sobre dónde acomodar a su hijo, que regresaba unos días a casa, acompañado de su nueva novia, detalle que incomodaba a la señora.
No merecía anotación alguna.

La puerta corredera se abrió, y los pasajeros comenzaron a salir.

Vislumbré el pelo rubio y rizado de mi hermana. Me apresuré a darle el encuentro, y le rebasé. Pude sentir sus ojos clavados en mi espalda. Me giré súbitamente y le sorprendí. Su rostro no era especial, el interrogante en su mirada, lo era.
Nos delatamos mutuamente. Nos reconocimos mutuamente.
En dos segundos dio media vuelta y emprendió presuroso el camino a la calle.

Me olvidé y él y me topé con mi hermana, eufórica, feliz. Nos abrazamos entre risas.

Al regresar sobre mis pasos, encontré en el suelo una hojilla blanca:

Mujer, cabello castaño ondulado, ojos azules. Mediana edad.
Podría ser


Quizá sea protagonista de alguno de sus relatos.

Como él.

1 de marzo de 2008

El desconsuelo



el desconsuelo infinito,
aguardando al paso de los siglos,
solloza ser mortal,
erigir su rostro al frente,
marchar a buscarle,
respirar siquiera,
huir del mármol donde la encerrara Josep,
cuando sus manos la tallaran
ante los ojos de él.

25 de febrero de 2008

Tres mil años de historia


Fotografía: Juanlu González

Cuando el mar se retira al otro lado del océano, sus murallas nos descubren tres mil años de secretos, de historias, de vidas, de hundimientos. Entre el susurro de las olas, el viento del sur, el levante, trae a la costa voces para pescar sueños.

23 de febrero de 2008

Escapa de tu tierra de desventura,
báñate en mi océano húmedo de ardientes fuegos,
te incito a perder la cordura,
no importa lo que nos lleve en tiempo.

Deseo ser el mar donde navegues
y sin premura pierdas rumbo,
te doblegues cautivado,
sucumbiendo a mis placeres.

Si te falta el aire, respiraré por ti,
Si te faltan fuerzas, te lastraré
boqueando, exhausto, requebrado… te encenderé.
Me negarás, mas te naufragaré.

Tras la ola,
tú, a tu tierra desierta,
yo, a la quietud que despierta
el aire tras la tormenta.

Volveré a entonar los cánticos de sirena
Caerás de nuevo en mis espumas.
Poseído.
Resignado.
Regresarás a mi lado.


Magma, 14 Julio 2004.

Si nuestro Don Quijote se hubiera topado con este "molino de viento"...

Fotografía: Juanlu González




21 de febrero de 2008

Estaré ausente unos días, estoy gestando un relato que consume todo mi escaso tiempo libre.
Pero os leo... siempre.

15 de febrero de 2008

Pronto el mar vestirá sus galas turquesa. Con transparencias brillantes me seducirá. Corrientes cálidas llegarán a la costa, y me atraparán en baños interminables, en piruetas sin sentido, en volteretas caprichosas.
El tiempo pasa.
El frío pesa.
Pero el sol pisa
y el color, se posa.

12 de febrero de 2008

Mírame, madre

Quiero que sepas, mientras pueda decirte.
Aprendí con tus lecciones. Incluso de tus errores... aprendí.

Sé de sacrificios.

Conozco el precio que se ha de pagar, por ser libre.
Supe perderlo todo.

Trabajé como tú, por recuperar la dignidad que el amor mal entendido roba.
Heredé tu vestido de soledades. Con él me disfrazo en carnaval, y con papelillos de colores en el pelo, me asomo al balcón para que el levante se los lleve.

Madre: voy a llamarte ahora.
Sé que estas enferma hoy, y charlaremos sobre la vida. Sobre mis hermanos. Sobre mi padre que se fue.
Oiré tus mismas historias, que aprendí ya de memoria… pero no importa.
Mírame, madre. En la mujer en la que me he convertido…

10 de febrero de 2008

Repasando lecciones de antaño

A veces, se aprende dolorosamente. Y lo que es peor: se olvida.

Es bueno repasar. Recordar ayuda a no caer en la garras del "error repetido".

Cómo dijo Gabriel G. Márquez en una ocasión: "mirar atrás para comprender.... y adelante para vivir"



Necesito rescatar otro retal de antaño, y aquí lo dejo:



Los cuatro jinetes de mi ApocalipsisNo sé exactamente a qué hora perdí el control.
Rugía como una fiera, el dolor era insoportable. Alguien, enfundado en una bata blanca, acercó su rostro por mi izquierda escudriñando el vendaje ensangrentado que cubría mi seno derecho. Con una fuerza sorprendente, fruto del miedo, así la bata de aquel hombre, y tiré de él hasta que la punta de su nariz rozó obligada la mía.
-¡¡traiga al cirujano!! ¡Una teta no puede doler tanto!...- vociferé. Y le empujé hacia atrás con violencia. Perdí la noción del tiempo. Un chico delgado y tembloroso intentó cogerme en brazos. Lo intentó de varias formas. Sentí sus uñas clavadas en el brazo hinchado por el gotero. Titubeaba, novato. Le aparté y me colgué de su brazo para sentarme. La sonda se adentró aún más. Me tiré a la silla de ruedas con mi bolsa de orina en la mano izquierda, y el drenaje sangre en la derecha, vociferando alaridos. Ante mí, la camilla del quirófano, de nuevo. En fracciones de segundo desfilaron entre mis ojos y esa camilla, cuatro instantáneas congeladas en algún lugar de mi memoria:

Tras veinte horas de parto, exhausta, rota, mi diminuta hija, envuelta en sábanas verde quirófano, recostada bocabajo sobre mi prominente vientre recién parido, abrió sus enormes ojos verde mar para buscar, a mis mimos, los míos. Una prometedora sonrisa dibujó sus húmedos labios, y encontró otra tan amplia de los míos, extremadamente secos, que se rompieron al hacerla: mi jinete VIDA.

Aquella sombra que devolvía el espejo, no podía ser yo. El cuarto ciclo de quimioterapia se había llevado por delante mi lustrosa melena castaña. Al sol del atardecer, la horrible cicatriz que cruzaba el hueco de mi pecho robado, brillaba presuntuosa, para lucirse y avergonzarme. Mi rostro se asustaba al verse. Mis ojos querían escaparse de sus cuencas, sostenidos en el aire sobre moradas ojeras que desafiaban a la gravedad, una y otra vez, dentro de la fría y blanca taza del retrete. Esa sombra gris enmarcada en el espejo: mi jinete MUERTE.

Tenía quince años. Plena adolescencia. Educada en estrictos colegios de monjas, fui castigada por mi madre a un encierro que duró tres meses. No era de su agrado el hombre con el que me habían visto besarme en un banco de la Alameda. Temiendo perder mi celosamente custodiada virginidad, pasé tres meses de un verano encerrada entre las cuatro paredes de mi lúgubre habitación, soñando que mi príncipe azul esperaría por mí. Pero muchos días estaba sola en casa, y no había pestillos en las puertas. Incluso conocía el escondite de la llave de repuesto de la casa... Jamás me escapé. Mi tercer jinete, para mi propio asombro: SUMISIÓN.

El horizonte desplegado ante mí, me abrazaba agradeciendo mi visita. La subida al Cornón, en el corazón del Parque Natural de Somiedo, había sido muy dura. Mis hinchados pies luchaban por abandonar las botas de montaña. La niebla hacía horas que había huido despavorida del bravo sol del mediodía. El espectáculo invitaba a la reflexión sobre la infinitud. El cilindro gris de cemento se erguía sobre la máxima altura de la montaña, simbolizando cartográficamente la cima del pico. Sobre su base cuadrada, tras dejar mi enorme mochila que transportaba mi casa de verano sobre el árido suelo de piedra ocre, abrí mis piernas, para proteger mi cuerpo tras él, del silbante viento. Erosionado por los elementos, el cilindro cubría hasta mi estómago. Me crucifiqué ante el horizonte, alzando los brazos extendidos, mientras que el sudor se enfriaba para hacerme temblar de frío. O quizás de emoción. Me deleité con el paisaje. Alcé la vista al cielo transparente. A su trote veloz, sacudió mi cuerpo el cuarto jinete: LIBERTAD.

De nuevo, la camilla del quirófano se mostraba ante mí monstruosa. Me puse en pié, con mis colgajos de orina y sangre fuertemente sostenidos por mis manos temblorosas. Lo que tardó en caer al suelo mi camisón roto a tijeretazos por los cirujanos, en la intervención de la mañana, fue lo que tardaron en cruzarse de cara los jinetes. Sumisión y Muerte, frente a Vida y Libertad. Se retaban mutuamente. La misma ruta, direcciones opuestas.

Y mis pies desnudos rebasaron la blanca seda del camisón, para emprender ansiosos el camino hacia la camilla.
J.L. se asomó a mi cara. Serena y decidida le dije:
- a ver que le pasa a esta teta.

9 de febrero de 2008

Circulo de seguridad






Decidí soltarle en el bosque. Pasé por alto la señal de "prohibido el paso", y aunque el guardia de seguridad me miró extrañado, le sostuve la mirada. Como si hubiera vivido allí toda la vida, me colé en la zona restringida a los americanos de la Base de Rota.

Un bosque de pinos, acebos silvestres, brezo floreciente, y verde hierba alta... todo un espectáculo virgen a los ojos caramelo miel de mi cachorro.

Jugué con él a tirarle palos de madera seca, me subía a cada piedra enmusguecida, giraba alrededor de los pinos, y seguía mis pasos de cerca.

De repente, mientras me peleaba con el mp4 en busca de la banda sonora de "El gladiador", desapareció.

Durante varios minutos, eternos, no veía la punta de sus orejas, ni su rabo oscilante.

Recordé un truco que hace tiempo me enseñó un adiestrador de perros: alejate más, sal del círculo de seguridad que le vincula a tí. Él te buscará...

A contralevante, corrí como si me llevara el diablo. Mi olor debió quedar entre los pinos. Me escondí tras un grueso tronco y me agazapé contra el suelo. Cómo le ví, y cuanto aprendí.

Nervioso, corría en zig zag con la cabeza muy alta, las orejas hacia delante, el rabo tieso, y el viento me trajo su llanto de miedo. Por su bien, y por el mío, para no perderle nunca más, le dejé sufrir un poco.


-Lenko, ven!- grité por fin.


Galopando, con la lengua bailando al aire, se abalanzó sobre mí, gimiendo y lamiendo mi barbilla...

Desde aquel día, vamos al bosque, allí le suelto en libertad... pero sabe, que si se extralimita del círculo ... me puede perder. Él se siente libre. Y yo confío en él.

Así entiendo ahora las relaciones humanas. Los vínculos entre amantes... a ciertas edades...

Cada cual sabe el diámetro que debe dar a su círculo de confianza. Cada cual sabe qué pasaría, si se extralimitara.

Se me va de la mano



Esta noche. Especialmente sensible, especialmente oscura, especialmente solitaria.
Quizá no debiera hoy decir nada, Quizá el Ribera del Duero regó aprisa mi boca, sin haber comido nada y se subió a mis sesos. Su aroma a cacao me pierde...
Quizá el fuerte levante que sopla hoy, me despeinó demasiado el alma, y el rumor de esas olas que me llaman... si no hiciera tanto frío, si no fuese tan tarde... iría a la playa.

31 de enero de 2008



¿Dónde te has metido, sombra?

Nadie va a entender, salvo tú.

Vuelve...

Para qué engañarme

Un magnetismo animal me guiaba al fondo de sus ojos. Adentrarme en ellos, era dejarme seducir en aguas paradisíacas, tíbias. Agua marina donde perderse.
Todos hemos camuflado nuestros puntos vulnerables alguna vez, adoptando una personalidad distinta, para salvaguardarnos de mentes peligrosas. Él aún no sabía que yo no era peligrosa. Y desenmascararle, era un reto casi obsesivo.
Nuestras miradas se midieron.
A un metro de distancia, bailamos en círculos, alrededor de un fuego imaginario. Y la situación se volvió inversa... de repente. Los flancos que cayeron, fueron los míos. Su boca hecha agua se metió en la mía. Su aliento caliente y mentolado, me nubló la vista primero, y se hundió en mi cuello después.
Sus manos se volvieron locas detrás de mi ombligo.
Se encaramó a mi cintura acorralándome contra la pared. Allí me crucifiqué ante él.
En un lugar entre la ficción y la realidad, inconfesable.
En un momento inoportuno, imperdonable.
De un modo casi salvaje, irrepetible.
Y como decía Ana Belén en Derroche:

El reloj de cuerda suspendido
el teléfono desconectado
en una mesa dos copas de vino
y a la noche se le fue la mano...
Una luz rosada imaginamos
comenzamos por probar el vino
con mirarnos todo lo dijimos
y a la noche se le fue la mano...
Si supiera contar todo lo que sentí
no quedó un lugar que no anduviera en ti.
Besos, ternura,
qué derroche de amor, cuánta locura.
Que no acabe esta noche,ni esta luna de abril
para entrar en el cielo
no es preciso morir.
Besos, ternura,
qué derroche de amor,cuánta locura.
Parecíamos dos irracionales
que se iban a morir mañana
derrochamos no importaba nada
las reservas de los manantiales.
Parecíamos dos irracionales
que se iban a morir mañana,
si supiera contar todo lo que sentí
no quedó un lugar que no anduviera en ti.
Besos, ternura,
qué derroche de amor,cuánta locura.
Años mas tarde supe, que amor, lo que es amor...
Para él sólo fue sexo.

casos extremos

Ayer tarde acompañé a una amiga al hospital, a conocer a su primer sobrino. Su hermano, un hombre de 45 años, está trabajando por cuenta ajena para una empresa privada. Su pareja, la madre del bebé, a la edad de 41 años , no encuentra empleo. Dada la situación económica de ambos, y tras haber decidido firmemente ser padres, han establecido una situación familiar peculiar: cada uno vivirá en casa de sus respectivos padres, y mientras no mejore la situación, el bebé permanecerá con la madre.

Otras parejas, en igual situación económica y en las mismas franjas de edades, han decidido no tener hijos. Pueden vivir en pareja, pero consideran que esa unión "no puede crecer".

Cuando matriculé a mi hija en el instituto, me sorprendió la incorporación de una nueva modalidad de estado civil, en la lista de puntación para la asignación de centro de enseñanza público. Las familias monoparentales sumaban 0,5 puntos al total obtenido. Por cierto, gracias a ese medio punto, conseguí plazá para ella en el centro mas próximo a casa.

El tiempo dirá, porque siempre habla.


23 de enero de 2008

T.

T. entró en mi vida hace ya un par de años. Tras varios meses de duelo, dícese del tiempo que cada cual necesita para llorar amargamente, regodearse en su propia mierda, y tocar fondo para coger impulso y comenzar el ascenso, la conocí. No llamó especialmente mi atención el primer día. Ni el segundo. Ni el tercero... y no precisamente por su culpa. Era yo la que no estaba receptiva en absoluto.
Hasta que un día, asomó a la superficie un detalle de su carácter, que me cautivó para siempre. Tímidamente, como un diminuto iceberg sobre un horizonte, resurge y se erige firme su principal virtud, la compasión. Cuanto más buceaba en las aguas de su personalidad, con más nitidez veía el fondo enorme, la base de ese iceberg. Han sido muchas las corrientes marinas que nos han arrastrado a ambas, las tormentas brutales que nos han azotado a ambas, los escollos traicioneros que nos han golpeado a ambas... y ahí sigue T.
T. siempre me escucha.
T. siempre me llama.
T. siempre tiene consejos para mí.
Ella, sin lugar a dudas, ha contribuido altruistamente con su infinito cariño, en mi renacer. En la persona que ahora soy.
Y yo, que a veces no estoy a la altura, sé que soy muy afortunada. Que pocos tesoros guardo en mi corazón, pero uno.. inmenso... es mi amiga T.

22 de enero de 2008

Voy a rescatar...

de un antiguo blog, un recuerdo, para Mercedes

Mercedes "la tonta"



De las pocas personas que a su paso por mi infancia, ha dejado una huella inmortal en mi corazón, ha sido Mercedes, a quien todos apodaban "la tonta".
Se rumoreaba que su madre la parió en el inodoro de su casa, y que al caer a la taza, se golpeó el cráneo, justificando ese incidente escabroso el de su apodo despiadado.
Rondaba los cuarenta años cuando mi abuelo la acogió en su casa. Su madre, perdido por completo el juicio, la echó a la calle. Deambulando, entró por casualidad en el patio de la casa familiar, entonces decorado con una bella fuente de mármol, peces de colores, y un musical chorro de agua helada. Allí la encontré por primera vez, observando sonriente a los peces al tiempo que les cantaba.
A mis cinco años, Mercedes "la tonta" era alguien especial para mí.
Cuando reía, sus manos sin uñas tapaban sus cuatro dientes grises, y se agachaba graciosamente como para esconderse, cayéndole al suelo sus gafas de cristal grueso, que había encontrado en un parque. Decía que con ellas, al ser mágicas, podía distinguir a las buenas personas entre las malas, a los ángeles entre los demonios.
Detestaba el agua caliente. Acostumbrada a lavarse con una gran esponja, jabón verde y agua helada, aún en invierno. No le importaba que me quedase con ella mientras se aseaba. Fueron los primeros pechos que vi. Los más bellos que jamás haya contemplado.
Como cualquier otro día, al volver del colegio, fui a buscarla a casa de mis abuelos, en la planta baja de la casona, camino de mi hogar en la planta más alta. Había desaparecido. Lloré amargamente varios días su marcha repentina.
Me contaron que su madre agonizaba en el pueblo, y que habían venido a buscarla para que se hiciese cargo de ella.
Su madre, tardó ocho años en morir.
En ese tiempo aprendió a escribir. Un día recibí un sobre mugriento, y en un papel cuadriculado, con una caligrafía pésima me explicaba que un demonio había venido a buscarla para cuidar de otro demonio. Que había llorado amargamente por no poder despedirse de los ángeles de casa. Y que me recordaba cada día.
Al poco de morir su madre, ella enfermó y murió.
Nadie supo explicarme de qué, ni cómo. O nadie quiso hacerlo.
Últimamente viene a mis sueños a menudo. Tanto, que creo que hasta que no cuente su historia, no los abandonará.
Pocas fuimos las personas que tuvimos el privilegio de conocer un alma tan pura. Yo era una niña. Ya no.
La finca fue vendida y restaurada por sus nuevos dueños al morir mis abuelos.
Ya no hay peces de colores, desapareció la fuente. Se fue la música del agua.
Pero al pasar por delante del antiquísimo portal, aún resuenan entre las columnas arabescas de mármol, las risas escondidas de Mercedes "la tonta".

20 de enero de 2008

Con las olas

He querido mojar mis pies desnudos en el mar.
He querido en una ola, su cresta besar.
el mar  se lleva el beso que soñé quererte dar,
igual un día...te lo haga llegar.

Tomo el testigo

Mi intrusión ilegal en el mundo de la blogosfera, fue gracias a E, quien fue mi maestro en muchas artes, mi amor platónico en una ocasión, y mi amigo siempre.
Gracias, E. Nunca sabrás nada de todo esto.

Pero una noche cualquiera, "Cuaderno de José" fue una luz, que me inspiró para crear este nuevo blog, desde una personalidad nueva, desde mi renacimiento. Me internaba en su cuaderno y observé que no colgaba nada nuevo. No creo en las casualidades, todo sucede por alguna razón, y mi última visita a su cuaderno cerrado, ha servido para que ese desconocido estrenara la lectura de este blog, y lo hiciera con un comentario que he agradecido e interpretado, como la entrega de un testigo virtual, que en pleno caminar, tomo fuerte, para seguir andando.
Para seguir avanzando.
Para seguir creciendo.
Agregando, agregando, agregando...

Gracias, quien quiera que seas.

19 de enero de 2008

Año par... 2008

Este va a ser el año... es un año par, y le estoy echando un par...

He recogido, a estas alturas, el árbol, y el belén.
He desarmado entero el trastero.
He tirado muchas cosas inútiles, que no sirven para nada. Aún peor, nunca sirvieron.
Las bolas viejas se tiraron ellas solitas de cabeza al contenedor, locas por jubilarse.
Juguetes viejos, herramientas oxidadas, puzles incompletos, repuestos rotos, recuerdos absurdos... ahí apareció de todo. Tan sólo conservé un pequeño conejito amarillo que viene acompañando a cada primogénito de generación en generación, y que encontró un hueco entre las guirnaldas violetas de este año. Dos enormes sacos. Me ha sorprendido el tamaño del trastero, lo vi enorme.
Sé que no habrá próxima Navidad en este casa. Sé que este año, nos mudaremos mi hija y yo. Ambas lo deseamos desde hace tiempo.
Este año estoy superando muchas cosas, porque ya empiezo a notarlo.
Me he liberado de mucho peso, mucho. Ya no guardo rencor, ni culpa, ni angustia, ni desesperanza, ni timidez, ni compostura, ni reparos, ni recuerdos, ni complejos, Lo he desechado todo. Y me ha sorprendido igualmente, mi espacio.
El trastero ha quedado vacío. No voy a llenarlo porque sé que me iré.
Pero en mí, ha quedado un enorme hueco, hueco que ya empieza a llenarse de aire fresco, atrapando voraz nuevos sentimientos, sensaciones, necesidades, deseos, esperanza. El vacío succiona atrapando sólo aquello que filtra la razón, que selecciona el corazón, y que mi alma agrega, agrega, agrega...