2 de noviembre de 2008

La caja del regreso

Ubiqué en un rincón escondido de este nuevo hogar, la caja que contenía las carencias. A veces paso de refilón a su lado, sé que no debo curiosear en ella por ahora.
A 15 minutos en coche del pasado, en alguna curva, extravié un par de cajas, la de los miedos y la que rotulaba las tristezas.
Esta mañana he abierto la última, ésta. La que me trae de vuelta a este lugar de refugio y descubrimientos.
La caja del Regreso.

Nuevos espacios

Los olores y sonidos de esta casa no dejan de sorprenderme.
La vecina de arriba canta a su bebé y acalla su llanto de un modo casi mágico, en momentos sorprendentes que son un regalo, en los que muchos afinamos el oído, cada cual sabe qué llanto silencia o qué sosiego encuentra.
La abuela de al lado cocina con mimo para su nieto, al que cubre de elogios y mimos.
Por las tardes se elevan al cielo las risas de los niños que juegan en el jardín que comparten.
En la torre de los lavaderos, los uniformes blancos de la enfermera de arriba se camuflan entre las nubes.
El abuelo que riega los geranios siempre a la misma hora, la adolescente melancólica asomada a la ventana reflexiona su atuendo, el joven que busca cobertura en su móvil saca medio cuerpo por la ventana, la mujer madura que saca brillo de espejo a sus cristales.
Gentes, vidas.
Me inserto, me acoplo, y vivo.