22 de noviembre de 2010

En un geriátrico

Eterna permanecerá en el lugar de siempre,  París,
En crecimiento constante y calibrado
velando en su historia carreras bajo la lluvia
de manos enlazadas que ansían subir
a dominar la ciudad desde el lugar sagrado
que ofrece las vistas privilegiadas
del ocaso fluvial diario.

Desde la cima de Eiffel,
Las aguas del Sena mecen las risas,
El viento ampara el temblor  de la carne
El frío esconde la piel erizada.
Sus ojos la siguen, sin prisas.
Sus brazos la aferran, con ganas.
Sus labios le gritan su sed.

París bien vale una misa
aunque ninguno crea en lo divino
las gárgolas no dan ninguna risa
y sin pausa el gran órgano
les embriaga los sentidos.
El tiempo se  congela.
Sus almas se zarandean.

Museos sin secretos
son testigos de besos regalados sin pudor
ante obras de arte que son historia
que han visto miles de historias de amor.

En el barrio de los pintores,
Allá en lo alto del Sagrado Corazón
a ella la  persiguen pincel en mano los artistas
y él vanagloria su suerte,  tonto inocente
que desconoce el hambre del Arte
que riega la plaza sin piedad, con horror.

La magia de aquellos días
gestó  años de felicidad
e hijos que ya marcharon
a vivir su propia vida.
Él, ya anciano y viudo,
le cuenta a  veces su historia…
a la enfermera de ojos almendrados,
habiendo perdido toda memoria,
salvo su viaje con ella a París.


A los amores que gesta París...