1 de junio de 2011

Melchor, el agricultor

No hacía demasiado calor en Conil ese día. Habían dado nubes y vientos del sudoeste de 18 Km/h  en la Web de meteorología.
La playa de El Palmar aparecía virgen  tras la pasarela de acceso de madera, invadida por los montículos de arena, totalmente desierta. Recordamos al hombre que vendía su propia cosecha de temporada, y decidimos ir a buscarle.  Preguntando se llega a Roma, y su campo fue fácil encontrarlo.
Melchor se divisaba al final de la parcela, recogiendo las patatas rojas, agazapado bajo un sombrero  deformado de paja.  Nos presentamos a voces, para no asustarlo. Pero los labriegos, están  habituados a los gritos que se obligan a dar entre ellos,  para hacerse oír en extensiones grandes.
Nos indicó con un ademán que nos acercásemos. Se presentó y tendió su mano llena de tierra rojiza. Queríamos comprarle algunas cosas, y nos atendió sin premura. Le ayudamos a recoger las últimas patatas y nos trasladamos a paso lento arrastrando las carretillas llenas,  a la casucha  con techo de uralita y una única ventana. Frente a la puerta había varias sillas desparejadas y cajones con cebollas frescas, sandías, ajetes tiernos…
Nos invitó a sentarnos y ansioso de hablar con alguien, comenzó a contarnos  su vida, los problemas que debía afrontar con sus tierras –le expropiaban varias hectáreas- , el destino de sus hijos que trabajaban en el extranjero, su esposa con la que había celebrado sus bodas de plata, y terminó con una pregunta que lanzó, mirándome a los ojos, y que me viene a la memoria a menudo:  ¡qué pena que tengamos que “irnos”, ¿verdad?, con lo bien que se está aquí!
Este verano volveremos a sus tierras. Ojalá le encuentre igual de sonriente, lozano, fresco, vivo…