4 de octubre de 2013


Si entras... ya sabes qué te puedes encontrar. Eres libre  para  decidir...

Pero... en nuestras ciudades, en nuestros barrios, en nuestra comunidad, incluso al otro lado de nuestra cama... ¿qué? ¿Te sientes libre para decidir?



1 de junio de 2011

Melchor, el agricultor

No hacía demasiado calor en Conil ese día. Habían dado nubes y vientos del sudoeste de 18 Km/h  en la Web de meteorología.
La playa de El Palmar aparecía virgen  tras la pasarela de acceso de madera, invadida por los montículos de arena, totalmente desierta. Recordamos al hombre que vendía su propia cosecha de temporada, y decidimos ir a buscarle.  Preguntando se llega a Roma, y su campo fue fácil encontrarlo.
Melchor se divisaba al final de la parcela, recogiendo las patatas rojas, agazapado bajo un sombrero  deformado de paja.  Nos presentamos a voces, para no asustarlo. Pero los labriegos, están  habituados a los gritos que se obligan a dar entre ellos,  para hacerse oír en extensiones grandes.
Nos indicó con un ademán que nos acercásemos. Se presentó y tendió su mano llena de tierra rojiza. Queríamos comprarle algunas cosas, y nos atendió sin premura. Le ayudamos a recoger las últimas patatas y nos trasladamos a paso lento arrastrando las carretillas llenas,  a la casucha  con techo de uralita y una única ventana. Frente a la puerta había varias sillas desparejadas y cajones con cebollas frescas, sandías, ajetes tiernos…
Nos invitó a sentarnos y ansioso de hablar con alguien, comenzó a contarnos  su vida, los problemas que debía afrontar con sus tierras –le expropiaban varias hectáreas- , el destino de sus hijos que trabajaban en el extranjero, su esposa con la que había celebrado sus bodas de plata, y terminó con una pregunta que lanzó, mirándome a los ojos, y que me viene a la memoria a menudo:  ¡qué pena que tengamos que “irnos”, ¿verdad?, con lo bien que se está aquí!
Este verano volveremos a sus tierras. Ojalá le encuentre igual de sonriente, lozano, fresco, vivo…

1 de mayo de 2011

Mamá a sus 17 años

En aquella época las mujeres eran preparadas unicamente  para casarse. Ella siempre quiso estudiar enfermería, pero estaba muy mal visto y los abuelos no la dejaron. Ahora tiene 75 años y lamenta no haber luchado por su causa con la misma pasión con la que afrontó su vida posterior, para convertirse en el fruto de los que otros quisieron. Dice que su balance es negativo, y que sólo sus hijos fuimos los que la motivaron a seguir adelante.
 Nacida en otros tiempos modernos, su vida habría sido otra. Puede que yo no estuviera aquí, ahora, para contarlo. Todos nos hemos hecho alguna vez la pregunta "¿qué hubiera sido de mi vida si....?".  Menos son los que se plantean qué hubiera sido de nosotros si  nuestros antecesores hubieran tomado otro camino.

24 de noviembre de 2010

El mar se burla


Cobras vida en el marLe susurró al oído una voz invisible.

Y se fue despojando de su ropa, avanzando hacia las olas. Acostumbrada al frío no sintió más que la embriagadora paz del regreso a casa. Se integró a  merced de la madre Mar. Se abandonó a la soledad de la playa, sumergiéndose en su azul de otoño, intenso y gris, tentador y sugerente.
Reconoció su hogar. Ahí permanecían aguardándola los corales rojos, que habían crecido tanto... La gran roca no se había movido un ápice y la cueva donde vivió su niñez había empequeñecido, quizás el liquen la había atrapado como a ella la vida humana, o los hongos, o quizás las algas. Las doradas, las herreras, los congrios, las mojarras, la gran morena que rondaba su cueva en leal guardia, un entorno que se iba acercando rápidamente dándole alcance. Cuando llegó a su cueva, en un instante todo oscureció… y en segundos una aterradora negrura la engulló.
Después, dicen que vería  una intensa luz blanca, que la devolvió a su estado humano, por última vez.

En memoria a Inmaculada. Se suicidó  hace ahora 15 años, ahogándose en el mar, por estas fechas. Sus familiares, amigos, y su pareja de entonces, nunca supieron las causas.
Para ninguno de ellos nada volvió a ser igual.

22 de noviembre de 2010

En un geriátrico

Eterna permanecerá en el lugar de siempre,  París,
En crecimiento constante y calibrado
velando en su historia carreras bajo la lluvia
de manos enlazadas que ansían subir
a dominar la ciudad desde el lugar sagrado
que ofrece las vistas privilegiadas
del ocaso fluvial diario.

Desde la cima de Eiffel,
Las aguas del Sena mecen las risas,
El viento ampara el temblor  de la carne
El frío esconde la piel erizada.
Sus ojos la siguen, sin prisas.
Sus brazos la aferran, con ganas.
Sus labios le gritan su sed.

París bien vale una misa
aunque ninguno crea en lo divino
las gárgolas no dan ninguna risa
y sin pausa el gran órgano
les embriaga los sentidos.
El tiempo se  congela.
Sus almas se zarandean.

Museos sin secretos
son testigos de besos regalados sin pudor
ante obras de arte que son historia
que han visto miles de historias de amor.

En el barrio de los pintores,
Allá en lo alto del Sagrado Corazón
a ella la  persiguen pincel en mano los artistas
y él vanagloria su suerte,  tonto inocente
que desconoce el hambre del Arte
que riega la plaza sin piedad, con horror.

La magia de aquellos días
gestó  años de felicidad
e hijos que ya marcharon
a vivir su propia vida.
Él, ya anciano y viudo,
le cuenta a  veces su historia…
a la enfermera de ojos almendrados,
habiendo perdido toda memoria,
salvo su viaje con ella a París.


A los amores que gesta París...


15 de noviembre de 2010

La ninfa

Al olor de una vela recién apagada,  al amparo de la noche sin estrellas ni luna,
una música suave abriga el silencio y su perro se acurruca escondiendo su hocico.  El mar está cerca, pero mudo. El viento cesó a media tarde y ahora nos deja ver en su superficie lisa los reflejos de las luces de otras costas cercanas. La magia se esfumó lenta, como el partir de un viejo tren de vapor, dejando humaredas de desazón en la estancia,  pues tomar decisiones inteligentes para la razón implica a veces moler el corazón apesadumbrado.
El tiempo a su paso inexorable puede trastornarlo todo en un chasquido de dedos. Quien sabe… igual la magia vuelve a engatusarla y vuelve a ser la ninfa de siempre. La seductora. La erótica. La que enamora sólo con sus ojos,  y con su voz embauca.
Ahora es humana.
La que siempre fue ninfa de bosques de vides, y creció entre parras.

29 de octubre de 2010

A pesar de todo

Caminaban delante de mí, y no puede evitar oír su conversación.
Ella era una linda muchacha, jovencísima, bella y cálida. Su melena rubia y lacia se mecía al compás de su paso lento, porque vigilaba a su acompañante con mucha atención. Él era un niño,  pero no podría adivinar su edad, porque el síndrome de Down me confunde mucho,  sólo puedo decir que era muy joven y que su paso era alocado, y daba cabezazos cariñosos a su madre a la altura de sus hombros. Preguntó:
-         mamá ¿porqué papá pasa tan poco tiempo conmigo?
Ella,  muy acostumbrada a ese tipo de preguntas (porque no se sorprendió en absoluto) le contestó:
-         Cariño, papá trabaja mucho,  para que salgamos los tres adelante… ¿no lo sabes ya, cielo?
-         Si mami, pero es que tengo ganas de ver a papá…
-         Anda, vamos vida, que pronto papá llega a casa y le gusta cenar con nosotros. ¿me ayudarás a poner la mesa, como siempre?
-         Mami… ¿soy malo alguna vez contigo?
-         Jamás,  amor mío.

Me puse las gafas de sol, porque no quería que nadie viera que  me brotaban las lágrimas sin control alguno.

23 de octubre de 2010

Sin pensar




Y no me canso de mirarte…
quiero grabar tu rostro.
Aprenderte de memoria
y dejar de ser esbozo.

Hasta que pueda adivinar como te peina el viento,
Hasta que descifre tu boca sin verla
al compás  de tus palabras.
Hasta que tus silencios me relaten de ti
más que tu habla.

Hasta que sienta tu piel sólo al verla
Hasta que pierdas el miedo
Hasta que te sepa
Hasta que tengas el tiempo
Para que me entiendas.

Mil y una noches de inviernos,
cien años sin soledades,
veinte poemas de amor sin canciones desesperadas,
lo que el viento se llevó, al infierno.
Un memorial sin convento,
nuestras memorias por África.

En un continuo presente
para un hoy inmenso.
Que el mañana no represente
más que sucesiones de momentos
que ni podamos recordar,
que por bellos nos saturen
porque vamos inmersos
en un fluir sin pensar…


13 de octubre de 2010

La ausencia de un hijo menor




En mitad de una habitación vacía
donde antes hubo vida,
nuestras vidas,
nuestras risas,
y también lágrimas,
nuestras lágrimas.
Reproches y promesas.
Perdones y sorpresas.
Penas y alegrías.
Esperanzas e ilusiones.
Consejos, confesiones...
Abrazos de ternura.
Un futuro por delante sin censura.

Te fuiste tú,
y contigo tus cosas.

Aguardé durante meses en vano,
abrigando la esperanza de un regreso soñado.
Ya es una realidad:
No vuelves.

Nada me ata ahora a este lugar sin ti.
Marcho con cajas llenas y el corazón roto.
Marcho frustrada por tanto esfuerzo vano.
Porque seguir esperando es de locos.

El eco esta sobrecogido
como mi alma,
 y ha enmudecido.
Las paredes se miran atónitas
de verse desnudas.
Y yo despiezo  mis entrañas
para hablarte del vacío tan doloroso
que me roba la calma.
  
Os crecéis porque la ley os protege con desorden
y a las familias rotas se nos coarta la libertad
de educaros con los principios y los valores
con los que fuimos educados tiempo atrás.
Os sabéis con la potestad de echar a correr.
A dónde todo parece más fácil.
A vuestra otra casa.
Ése es siempre vuestro chantaje,
cuando no os gusta lo que hay.

Pueda ser, o no, lo mejor. Eso no os aqueja.
Los adolescentes sois egoístas,
pero aún no lo sabéis, ni os interesa.

El ciclo de la vida sigue su curso,
intento levantarme
a pesar de tu ausencia.
A donde voy, habrá lugar para ti,
cuatro paredes llenas de ganas de verte,
cuatro esquinas sin rincones,
un balcón lleva tu nombre
para darte el sol por mí.

Crecerás lo suficiente para entender
y por tu bien nunca estés
en mitad de una habitación vacía
Preguntándote el porqué.



12 de mayo de 2010

Ana


Ana es alegría y vitalidad. Ana es alguien que entregó todo lo que tuvo, y aún sigue hipotecándose entregando lo que no tiene, porque su generosidad no conoce límites. Ana habla desde la experiencia y la sabiduría que adquirió. Sus consejos siempre son acertados, aunque a veces ella no se aplique sus teorías…
Ana es pasional, y a veces se pierde en las formas. Pero tiene la humildad que requiere el arrepentimiento.
Ana tiene don de gentes, es hospitalaria y anfitriona. Su casa es punto de encuentro de charlas, de comidas, de fiestas de pijamas que esperan amaneceres nuevos. Donde ella esté, hay calor humano, porque su corazón es un imán que atrae con sorprendente espontaneidad.
Ana fue hija, y es madre.
Ana fue esposa enamorada.
Ana es amiga siempre, sin condiciones.
Perdió en el camino su autoestima... y más cosas...
Demasiados esfuerzos que no se valoraron nada.
Muchos de nosotros,  reconocemos sus valores, agradecemos su valiosa amistad, y queremos lo mejor para ella. No sería justo de otro modo.
Ahora atraviesa duros momentos de incertidumbre.
Ana detesta sentirse atada. Renunció demasiados años a su libertad individual en beneficio de su familia, y ahora… desea recuperar las riendas de su vida.
Lo que Ana ha aportado a mi vida, requiere páginas.
Ahora, deseo que todo salga como ella merece.
Pero si no es así, que sepas, Ana, que puedes contar conmigo.
Que estas humildes y escasas palabras, te sirvan para tomar conciencia de tu valía, y te quieras un poquito más.
Tu amiga.
Mamen.

6 de mayo de 2010

Somos casi tontos.
Casi tontos… pero con arte, porque inventamos la gran mentira del Arte,  para poder llegar a  la verdad.
(Pablo Picasso)



4 de mayo de 2010




Entre roces hambrientos las pieles gastadas,
se sorprendieron atónitas,
a la luz de velas perfumadas.

Cuánto frío
Cuánto pesas, soledad.
Los inviernos son más largos
en plazas abiertas y pampas.

Turbados suspiros bailan sus llamas,
y recelos feroces dibujan paredes
de sombras mezcladas.

Cuánto frío
Cuánto pesas, soledad.
Las noches son oscuras
como acuarelas negras.

El alba se cuela por las rendijas
y el pudor por las ventanas.
Los cuerpos aún tibios
y las velas apagadas.

Cuánto frío
Cuánto pesas, soledad.
El tiempo es eterno
si no hay paz en el alma.

Qué razón darle a la duda.
Qué sentido aquel encuentro.
Cuánto frío.
Cuánto miedo.

4 de marzo de 2010


Sus pieles opacas se marchitaron acompasadas.

-Amor eterno -dijo ella un día.

-Amor te tengo-confesó el otro.

En esos días nadie sabía quienes eran. Se mezclaban entre los mortales, y pasaban desapercibidos. Sus risas eran privadas y se escurrían anónimas en el aire. Sus pieles eran tersas y el brillo de sus ojos compartido.

Crecieron y se hicieron.
No a semejanza.
Y se acoplaron en perfecta alianza.

Ahora todos saben quienes son. Se los conoce como los locos de atar que se profesan amor eterno.
Los que se exiliaron a sí mismos de la monótona cordura.
Los felices.
Los envidiados.
Los nunca divorciados. Los raros.
Los que se han inmortalizado a sí mismos.

25 de febrero de 2010

Volaron las cenizas de tu cariño
con el viento anunciado de los años.

No entiendo.

Cuando todo se entrega,
los bolsillos esconden migajas muertas

Y no encuentro.

Apartada a los arcenes de tus sendas,
a tu vuelo caprichoso no alcanzo.
Quiero que vuelvas.
La dulce
La tierna
La niña ingenua.

Siempre estaré guardando el nido vacío,
velando tu lecho frío
entre puertas abiertas.

15 de septiembre de 2009







Acopio de deseos ajenos: agua de la Fontana de Trevi
Pronto se teñirían en ámbar las luces, al ocaso de la tarde calurosa. El helado de coco se derretía aprisa y goteaba juguetón entre los dedos, chorreándole  hasta los codos. Con la mano libre buscó una moneda suelta por el fondo de su mochila. Lamía y meditaba al tiempo. Observaba a los turistas, tratando de aprender el ritual.
Era sencillo.
Y absurdo.
Aún más absurdo no saber elegir un deseo.
Lamía y meditaba de nuevo.
Sonrió levemente.
Después ampliamente.
Se giró, dando la espalda al agua, y cerró los ojos. Elevó la moneda y la lanzó con fuerza por encima de su hombro, y deseó  convencerse de que la felicidad no llega sólo por mucho desearla.

8 de septiembre de 2009

Ella volverá


Regresar al parque somedano después de diez años, ha sido toda una experiencia de reencuentros, de retos, y descubrimientos.
Valle del Lago sigue teniendo su especial encanto. Desde Pola de Somiedo hasta el Embalse del Valle, el dificultoso acceso de dos kilómetros de estrecha carretera serpenteante y empinadísima, acoge ahora un mirador a mitad de camino, que invade el vacío mirando al Coto de Buenamadre, con atrevimiento y osadía, como si de un milagro de la construcción se tratase. Buen lugar para recobrar el aliento y serenar el temblor de piernas que provoca a los poco expertos en subir montaña en coche.

Casas de anchos y macizos muros levantados piedra sobre piedra, se alinean a ambos lados de una única calle, calle de mil usos, al servicio de transeúntes variopintos: lugareños, visitantes, pastores, comerciantes, el panadero en su furgón, el cartero en su moto, perros pastores sueltos, esquivas vacas somedanas, corderos, cabras, caballos, coches, motos, quads, furgonetas… todos por el mismo sitio, compartiendo pasos esquivos para no tropezarse.

Allí no hay despacho de pan, ni farmacia, ni una sola entidad bancaria, ni un sólo cajero automático, ni una sola tienda.
Varios hoteles de dos y tres llaves y alguna que otra casa recientes, se han insertado en la calzada de hormigón gastado, con mucho disimulo.
Y la zona de acampada de antaño, un prado fresco y verde, donde montaba mi vieja tienda de campaña canadiense, ahora es un camping de primera, reducido pero hermoso, salpicado de tiendas iglú, y seccionado en dos partes por el transparente riachuelo, dejando una zona minúscula para caravanas que cruzaron audazmente el acceso al prado.

En la entrada, tras la baliza, se alzan cinco teitos, para albergar a los visitantes más celosos de la comodidad de una vivienda con todo lujo de detalles.

A unos metros del río que delimita la zona del camping, se construyó un cobertizo para los caballos que montan a los visitantes del parque. Gloria, su dueña, sigue ofertando rutas de diferentes precios y grados de dificultad, ahora con su marido, un vaqueiro de amplia sonrisa.

El columpio sobre el ancho del río, que cuelga estratégico de los robustos robles, a ambos lados de la orilla, aún se mece entre risas y hojas voladoras, sujetando la misma tabla de madera vieja y gastada, rústicamente amorfa, amorosamente tallada. Subirse en él sin mojarse los pies, sigue siendo toda una proeza.

Alquilé un apartamento rural, diminuto, sobrio y coqueto.
Los amigos de allá, nos esperaban ansiosos. El reencuentro fue muy conmovedor.

Me emocionaba hacer de nuevo la ruta que desde el embalse, se perdía en un valle sombrío de frondosa vegetación, siguiendo el curso del río Bobia, en dirección a Veigas. Llovía cuando iniciamos la excursión.

Recordaba la vieja ermita, escondida en un bosque de hayas, en la ladera de un monte, a escasos metros de una fuente. Entonces, su descubrimiento fue por pura casualidad. Ahora la buscaba a propósito.

Apareció majestuosa.

Con el mismo cuidado y respeto de antaño, abrí la verja metálica que daba paso al sendero zigzagueante que ascendía la ladera. Diez años más, para la vieja ermita abandonada no suponían nada.

Me apresuré impaciente por si la emoción me nublaba la memoria sobre la situación exacta de la piedra que buscaba. Tanteé varios bloques de piedra, del murete circular que arropaba al jardín de la entrada principal, del vacío.
Ninguno se movía.
Me ayudé de ramas secas rasgando las uniones entre ellas, vaciando las juntas de tierra, hojas muertas y raíces.

La encontré.


Levanté el bloque y miré a mi hija. Se asomó al agujero y sacó la cajita de barro que había escondido cuando tenía cinco años. En ella, guardó doblado cuidadosamente un papelito que decía “volveré antes de que cumpla 15 años”.
Le pregunté qué haría ahora.
Al dorso mugriento escribió: “volveré. No sé cuando”.

22 de marzo de 2009

Alguien me pide que publique esta carta

Y no me puedo negar...
Dice que él se reconocerá a sí mismo, en cuanto la lea.
Yo no entiendo nada...
Pero ahí va:

"Querido Pedro:

Saliendo, poquito a poco, de una profunda depresión que me ha tenido sumida en el silencio, y consciente de que a las necesidades hay que prestarles atención, satisfaciéndolas (si se pudieran todas...) a capricho del ánimo (recién coloreado por la primavera), permíteme (por favor) saludarte.
Decirte que estas en ese mágico espacio virtual que me dibuja una perenne sonrisa en la boca.
Que tus letras me ponen la piel de gallina, para recordarme que estoy viva.
Que tu constancia es modelo de ejemplo, que a veces sigo, y a veces no.
Y que igual que la jodida mala suerte llama a la puerta, la bendita casualidad también, dando paso al privilegio de conectar con personas que van a ser un referente, un pilar, un algo... que no se identifica con ningún sustantivo conocido. Tampoco importa... Quizá esté aún por escribirse esa palabra que no encuentro...

Pero todo se andará...

Ya, ya lo sé... no te gustan los piropos... ni las alabanzas... ¡eres tan absurdamente perfeccionista! ¡y exigente contigo mismo!
¡Te fastidias!
Porque ahora que te dije todo esto... me siento mucho mejor.

Te envío desde el sur, miles de besos."



30 de noviembre de 2008

A mi hermano E


Cuarenta años después, aún te tomo de la mano si necesitas compañía y luz.
Y te descubro como un hombre maduro de quien aprendo, a quien necesito, y a quien quiero con todo mi corazón.


14 de noviembre de 2008

Seducida por el tango



Me inscribí hace unas semanas en una academia de baile para iniciarme en el tango, que siempre me ha fascinado.
Desde los primeros pasos básicos, al compás de dos por cuatro, el tango crea adicción.
Desde las grietas del gastado parqué de madera color miel hasta la escayola amarillenta del techo, pasando por los resquicios de las viejas ventanas, el bandoneón resuena en un melancólico llanto de fuelles.
Baile de roces de tobillos y rodillas, de sensuales pasos atrás y engaños de miradas, gestado en los burdeles y de controvertido origen, enamora aún bailando sola.
Ensayados los ciclos de cinco pasos bien aprendidos, y en secuencias sencillas pero aleatorias al dictado de la profesora, me sacó por sorpresa a bailar en mitad de la sala.
No entiendo por qué me puse tan nerviosa. Quizá por ser observada por el resto de los alumnos. Por ser la primera vez que tocaba a la maestra. Por el silencio repentino de la sala. Estaba como un flan.
Frente a mí, me tomó las manos, me dio unas cuantas indicaciones sobre la secuencia, puso mi mano izquierda sobre su hombro derecho y me tomó por la mitad de la espalda. Mandó a poner la música, Arrabal Amargo.
De inmediato me trasmitió su serenidad y me llevó enérgica y contundentemente enlazada. Susurrando el nombre del paso a dar, nacía la sincronía como por arte de magia. Oyendo el tango con el corazón, los pasos memorizados cobraban sentido. Era como estar poseída sin ser sometida. Disciplinada pero libre. El tiempo quedó en suspenso. El mundanal ruido de coches y gentío tras las ventanas, enmudeció.
Cuando Gardel terminó, tomé conciencia de mi ritmo cardíaco, de que estaba empapada en sudor, y de que el tango me había conquistado para siempre.

2 de noviembre de 2008

La caja del regreso

Ubiqué en un rincón escondido de este nuevo hogar, la caja que contenía las carencias. A veces paso de refilón a su lado, sé que no debo curiosear en ella por ahora.
A 15 minutos en coche del pasado, en alguna curva, extravié un par de cajas, la de los miedos y la que rotulaba las tristezas.
Esta mañana he abierto la última, ésta. La que me trae de vuelta a este lugar de refugio y descubrimientos.
La caja del Regreso.

Nuevos espacios

Los olores y sonidos de esta casa no dejan de sorprenderme.
La vecina de arriba canta a su bebé y acalla su llanto de un modo casi mágico, en momentos sorprendentes que son un regalo, en los que muchos afinamos el oído, cada cual sabe qué llanto silencia o qué sosiego encuentra.
La abuela de al lado cocina con mimo para su nieto, al que cubre de elogios y mimos.
Por las tardes se elevan al cielo las risas de los niños que juegan en el jardín que comparten.
En la torre de los lavaderos, los uniformes blancos de la enfermera de arriba se camuflan entre las nubes.
El abuelo que riega los geranios siempre a la misma hora, la adolescente melancólica asomada a la ventana reflexiona su atuendo, el joven que busca cobertura en su móvil saca medio cuerpo por la ventana, la mujer madura que saca brillo de espejo a sus cristales.
Gentes, vidas.
Me inserto, me acoplo, y vivo.

22 de agosto de 2008

Como agua

Ella se vio forzada a escapar.
De nuevo.

Acorralada en el callejón de la injusticia.

Intimidada por los recuerdos de un pasado doloroso, que se revivía absurdamente en su presente.
Lo había estado temiendo durante años, mas llegó por sorpresa, como un aguacero en verano.

Objeto de mofa y calumnia, se sintió ultrajada.
Como si ella fuese aún el motivo de su desgracia.

Adelantó su huída precipitada a su marcha planificada.
Volvió a comprar su libertad nueva.
Pagó de nuevo por su intimidad firmada, sentenciada por jueces, mas por él negada.
Empaquetó aprisa y dejó su hogar.

Allí, ahora, las damas de noche se rebelaron y cayeron muertas sobre la hierba seca. Las hojas marchitas se amontonan unas sobre otras. Las enredaderas lucharon por abandonar los muros, y cayeron exhaustas.
El jazmín expiró en perfumes rancios. Se acurrucó sobre sí mismo abandonándose al sol.
La vida escapa, como ella, del jardín, y se camufla en una de sus maletas.
Encerró entre muros y ventanas del hogar sin calor, los reproches mutuos y los gritos huecos.
Lapidó el pasado y le dio la espalda.
Esa espalda que tantos vacíos lastraba.
Mas se sorprendió liviana y fresca.
Como agua.

Instantes

El instante preciso
Que la noche roba el aroma
De la dama en blanco
Aferrada al patio encalado en plata.

El instante súbito
Que el verso vive sin ser escrito,
Para acoplarse en música
De palabras.

El instante incauto
Que la cresta trepa
Para caer ingenua
En estalladas blancas.

El instante trémulo
Del paso andado
que dibuja huellas
desfiguradas.

El instante fugaz
Que la risa escapa
Del llanto oculto
De las miradas.

El instante iluso
Que vence la sombra
de ramas
Que merced del viento
Al sol no embaucan.

El instante definitivo:
la noche muere siempre
A la luz del alba.

Instantes que suceden a instantes
Que la vida persigue
En su perenne afán.

15 de agosto de 2008

Todo va a salir bien





La tarde se presentaba envuelta en un suave y constante viento de poniente. La Tierra de despedía a popa, segura de sí misma, orgullosa. Entre vaivenes armoniosos aguardaba el regreso calculado de una tripulación novata.
El Agua cobraba colores más intensos cuanto más la costa se alejaba, e invitaba a su baile de gala. Las olas sin espuma cobraban mayor altura al compás aleatorio de su danza privada.
Me integré en el Aire, y me desbarató a su antojo.
Me fundí con el mar, y percibí su alma viva y grandiosa.
Elemento receloso a mostrar sus oscuros secretos, cerróse a la luz del sol, casi a cal y canto, y cobró color profundo. Mas permisivo, se dejaba acariciar por la quilla de un velero con rumbo condescendientemente admitido.
En el cielo, un salpicón de nubes se disipaba lento, al paso del palo que ata una vela que presume no flamear, ondeando firme y altanera.
Y mi fuero interno se incendió en el Fuego de la conciencia sosegada. Porque todo ha de salir bien, cuando se hace lo correcto.

22 de julio de 2008

Ahora

En un repetido canto de voz madura,
matizada serena,
sostenida ahora
al compás de una brisa
ajena a las horas.

Perfumada con risas
al ritmo que evoca
una juventud desterrada.

Loca.

Con urgencia de danza de un cuerpo
que ahora abriga
un alma nueva que ansía y devora.

Bendiciendo la suerte
Que giró sorprendente
El destino anunciado
Del que ya nada espera.

Sobre la piel de siempre
Se escriben caricias nuevas.
Entre susurros hierven.
En su espera, queman.

Sin distancias que no se antojen ínfimas.
Sin temor, ataviado de absurdo.
Sin medida cuantificable.
Sin pudor alguno.

9 de mayo de 2008

- Pide un deseo - y se cruzó de brazos, en espera de respuesta.
- Saber elegir cual pedirte, entre tantos como guardo - contesté rápidamente.
- ¿Todos son para ti?
- Ninguno
- Pide un deseo para ti - repitió impaciente.
- Saber elegir cual pedirte, entre tantos como guardo.

No me creyó, y volvió a perderse en los laberintos de las dudas.

13 de abril de 2008

Asalto

No se limita a cepillar-se al padre, ahora le cepilla el pelo a la hija... -bajó la cabeza y me escudriñaba por encima de las gafas. No había mala intención en su comentario. Haciéndome la sorda, pasé página a la revista, que por supuesto no leía, porque trataba de dar respuesta al montón de preguntas que me hacía mi conciencia... tan aprisa... a la vez que hacía comentarios triviales para cambiar el tema de conversación.
Pero me quedó suspendida una pregunta sin respuesta.
Esa incógnita desencadenó otro atropello de interrogantes.
Me asaltó el miedo.
A veces no se sabe qué hacer.
Sólo se tiene muy claro, lo que no se debe hacer.

2 de abril de 2008

27 kilómetros, 27 años. (III parte)

Hice una escapada a Cádiz, para comprar las entradas de un concierto en Madrid para Julio y ver en directo a The Police. Necesitaba hacerme una revisión médica de rutina, y aproveché el viaje.
Con dos palmaditas en la espalda de aprobación, y con sosiego en el alma, me entretuve en mirar en un centro comercial la cartelera de espectáculos en la capital. Cuatro temporadas lleva el musical de mayor éxito en España, Hoy no me puedo levantar, con más de un millón de espectadores. Nacho Cano anuncia que será la última, que bajará el telón definitivamente este año. Puro marketing.

Visité a mi madre, que había encontrado entre los trastos algunas cosas que quería darme, entre ellas, una fotografía en blanco y negro donde aparezco con un vestido que aún recuerdo, que data del año 1972, donde por un instante vi a mi hija, y mi vinilo más preciado con su desgastada funda, con las letras a la espalda que tanto canté, con su piano nevado en la portada, con mi adolescencia impregnada en su olor a viejo, con los lomos rotos por el roce de los años, veintisiete años.

De regreso a casa, durante los 27 kilómetros de vuelta oyendo Kiss FM, a la que soy adicta desde que nació tímidamente hace seis años, mientras el Atlántico se deslizaba orgulloso a mis pies cruzando el puente levadizo que une la península gaditana de la península ibérica con el lugar donde siempre soñé vivir y las circunstancias me llevaron por puro azar, miraba con el rabillo del ojo al asiento del copiloto, y hacía balance de mis sueños cumplidos, de mi obra maestra, mi hija, que era mi vivo retrato, de las bestiales batallas que he librado y vencido, y tomé conciencia de mi fortuna, de mis tesoros, de mi presente.

En lo más alto del puente José León de Carranza, bajé a tope las ventanillas, el levante de siempre me despeinó, inspiré todo el salitre de mar que pude… y expiré pura felicidad.

27 kilómetros, 27 años. (II parte)

Corrían los 80 vertiginosamente, cuando a mis quince años Mecano, sacaba a la luz un disco con nombre propio. Se repetía hasta la saciedad en todas las diales de radio. El tema “Hoy no me puedo levantar” estuvo más de dos meses en los número uno de ventas. Por otro lado, a través de una amiga del instituto, que no tomaba apuntes en clase jamás, que tocaba la guitarra española cuando hacía rabona, y que era la alumna más destacada del centro, descubría a Supertramp, y su obra maestra “Even in the Quietest Moments”. A escondidas de mi padre, estrené en su tocadiscos el primer vinilo que compré con mis escasos ahorros, y no me cansada de escuchar “Fool’s Overture”. Durante los más de diez minutos que dura la pieza, que considero una obra de arte, chapurreaba la letra en mi patético inglés, con el vello erizado al abrigo del eco de las campanadas de fondo.
Años en los que vestí los primeros vaqueros ajustados, calcé botas vaqueras que lustraba con grasa de caballo apestando toda la casa, en los que me corté demasiado el flequillo, en los que fumé los primeros cigarrillos, y en los que escondí (mal escondidos) los primeros besos en los labios de otro quinceañero, cuyo rostro olvidé.
Ya entonces me había enamorado del Puerto de Santa María, un pueblecito famoso por su marisco, sus playas, y un ambiente tan cosmopolita, que me subyugó. Algún que otro domingo, mi padre nos llevaba a mi hermano y a mí, para darle una mariscada a mi madre, buscando el perdón de ella, después de una disputa matrimonial. Ya estábamos acostumbrados, tanto a las trifulcas como a las reconciliaciones.
Juré que cuando fuese mayor, viviría allí, en el Puerto. Una ventana inmensa al Atlántico.

22 de marzo de 2008

Feria de primavera

Había escampado, y debía aprovechar. Las nubes se desperdigaban para ir dejando claros en el cielo. La lona ya pesa lo suficiente en seco, como para permitir que se moje antes de montarla. La cuadrilla la formaban una veintena de jóvenes, a los que les costaba mantener a raya. Cerró la botella de agua, terminó de tragar el último bocado y con el dorso de la mano se limpió la boca.
Moreno de piel y pelo, el sol había arrugado prematuramente su cara.
El trabajo físico le permitía mantenerse en forma. Su constitución era delgada, pero sus huesos empezaban a gastarse bajo su musculatura bien formada.
Se puso en pié y se desperezó. Miró a los chicos… Recordaba cuando él empezó a montar las carpas de feria. Comenzó con una destartalada furgoneta, y tras unos duros comienzos, se hizo de la reputación suficiente para poder comer cada día. Más nada quería.
De pueblo en pueblo, conocía sobradamente el calendario de memoria de todas las ferias de la provincia. Tenía dotes de mando, pero sabía que a los jóvenes había que darles una de cal y una de arena. Así le aleccionó su padre, y el paso del tiempo, se lo confirmaba.
Se metió dos dedos abiertos en la boca y silbó. Hasta el más sordo debió oírle, y los chavales se pusieron firmes al momento.
Horas más tarde, todo tomaba color.
Las estructuras sólidas, las listas verdes y blancas de las lonas, bien perpendiculares al suelo, los vientos firmes, y en menos que canta un gallo, el albero estaba a la sombra de varias y firmes carpas de feria.
Poco a poco, se iba montando el escenario a lo largo del terreno que anualmente daba espacio a la Feria de la Primavera. La contrata del ayuntamiento ya había instalado los baños prefabricados. Los electricistas y el resto de los montadores, ya habían acabado la puerta principal de entrada. Una herradura de color púrpura, custodiada por columnas que servían de apoyo, darían un año más el paso a miles de visitantes, feriantes, cantaores, bailaoras, políticos, periodistas, cocineros, famosos…
Eran las cinco de la tarde. Acababa por hoy la faena. Aún tenía la mañana siguiente para atar cabos sueltos, dar un repaso general, y pasar a cobrar el jornal. El alumbrado estaba anunciado por los medios de comunicación a la una del mediodía.
Empapado en sudor, terminó su botella de agua echándosela por el rostro que miraba al techo. Y al bajar la cabeza, pestañeando gotas, la vio.
Clavada ante la tarima de madera que serviría de tablao para el baile, dubitativa, temerosa. Podría estar rezando. Podría estar retando al suelo de madera. Elevó un pie, encerrado sin holgura en tacones de baile de color rojo, tomó impulso, y se plantó en el tablao. Lo midió con los ojos. Al comienzo del taconeo de ensayo, se hizo el silencio en la carpa. Uno, dos, tacón, punta. Uno, dos, tacón, punta. El eco se dibujó de sus taconeos. Embutida en una falda negra de orillas blancas, encorsetada en una blusa blanca de puños con volantes enormes, que apenas vislumbraban las castañuelas ébano, comenzó su baile de ojos cerrados, de cejas sentidas, de cabello suelto.
En cada giro su falda pintaba olas negras al aire. Uno, dos, tacón, punta. Uno, dos, tacón, punta.
Cada brazada castañeada al aire, uno, dos, lo hipnotizaba.
La melena azabache se alborotaba. Uno, dos, tacón, punta.
El corazón le saltaba desbocado en el pecho, uno, dos, tres y cuatro.

Terminado el ensayo, el aplauso fue estruendoso.
Bajó al suelo de un salto, sonriente, satisfecha. Como si hubiese vencido algún miedo.
Al pasar a su vera, le miró sonriente. Endiabladamente bella. Uno, dos, tacón, punta.
Ahí donde ella enterrierra sus miedos él comienza su condena. Uno, dos, tres y cuatro.

Volvió en sí, aturdido por el recuerdo. Con ese pellizco de pena que le causaba siempre que en su cabeza martilleaba el uno, dos, tacón, punta… uno, dos, tres y cuatro...

20 de marzo de 2008

Un otoño cualquiera


Soplan aires de otoño,
refrescando calores que se resisten a marchar.
Cayeron las primeras gotas de lluvia,
limpiando con pereza todo cuanto  tocan.

Cayeron las primeras hojas,
aún sin dorar lo suficiente,
elevándose en el aire al capricho del viento  sin horas, pretendiendo volar.

El mar se niega a ser turquesa.
Vistió sus galas grises y marrones
 para no desentonar.

El verde ya no crece aprisa.

Pero esa enredadera
que germinó algo tardía,
trepa incesante.
 Asciende y se fija.
Crece y se enreda.
 Se asienta y se gira.
 Me atrapa y me acerca.
Mi cuerpo a tu cuerpo.
 Tu verde, a mi vera.

17 de marzo de 2008

Las amigas

Hoy me decía una buena amiga :

"ahora sé que nunca compartiré mi vida con nadie, que el hombre que necesito no lo podré encontrar jamás aquí, que deberá ser tan especial, que no habrá nacido nunca"

Y me asaltó una extraña amargura. Porque lo comentaba entre risas. Pero sé que no reía.

El hombre del aeropuerto

Había encontrado un filón en el aeropuerto.
Los pasajeros cargados de maletas, bolsas, regalos y cansancio en sus rostros, fluían cada día con historias que contar.

Él buscaba entre los que regresaban, y no todos eran blanco de su curiosidad. La mayoría eran transparentes a sus ojos, y pasaban desapercibidos. Otros pocos, demasiado pocos, eran objeto de algún argumento para su próximo relato.

En días de fiesta, largos puentes y vacaciones señaladas, la sala se llenaba de familiares, amigos, azafatas de agencias de viaje, taxistas contratados…un hervidero de gente.

Estudiaba el panel luminoso, elegía aquellos vuelos que indicaban retraso, y preferentemente del extranjero. Ya sabía a qué puerta dirigirse, y frente a ella, deambulaba con su lápiz y su libro de notas preparados en el bolsillo del pantalón.

Era delgado. No demasiado alto. Vestía informal y sus zapatos brillaban exageradamente. Sus ojos oscuros buscaban oteando la amplitud de la sala.

Escudriñaba entre los anuncios publicitarios. Una página web anunciaba payasos por contrato para los niños hospitalizados. La payasa sonreía recostada sobre el hombro de un niño de ojos tristes y sonrisa dibujada.

Quizá… una payasa. Y anotaba en sugerencias.

Un padre besaba a su hija adolescente con ternura:

- Cariño, ya sabes cómo es él… es muy terco… Se ha empeñado en cambiar de caballo. Le dije que Zodia ya estaba preparado, que ha vuelto a saltar sin miedo…
- Papá, yo no quiero que nadie monte a Zodia… nadie que no sea él- Le hacía pucheros al padre.
- Lo sé, cielo. Veremos qué pasa cuando vuelva a montarlo.

Quizá… un jinete sin confianza en su caballo de competición. Y anotaba en sugerencias.

Una pareja de mediana edad discutía sobre dónde acomodar a su hijo, que regresaba unos días a casa, acompañado de su nueva novia, detalle que incomodaba a la señora.
No merecía anotación alguna.

La puerta corredera se abrió, y los pasajeros comenzaron a salir.

Vislumbré el pelo rubio y rizado de mi hermana. Me apresuré a darle el encuentro, y le rebasé. Pude sentir sus ojos clavados en mi espalda. Me giré súbitamente y le sorprendí. Su rostro no era especial, el interrogante en su mirada, lo era.
Nos delatamos mutuamente. Nos reconocimos mutuamente.
En dos segundos dio media vuelta y emprendió presuroso el camino a la calle.

Me olvidé y él y me topé con mi hermana, eufórica, feliz. Nos abrazamos entre risas.

Al regresar sobre mis pasos, encontré en el suelo una hojilla blanca:

Mujer, cabello castaño ondulado, ojos azules. Mediana edad.
Podría ser


Quizá sea protagonista de alguno de sus relatos.

Como él.