Caminaban delante de mí, y no puede evitar oír su conversación.
Ella era una linda muchacha, jovencísima, bella y cálida. Su melena rubia y lacia se mecía al compás de su paso lento, porque vigilaba a su acompañante con mucha atención. Él era un niño, pero no podría adivinar su edad, porque el síndrome de Down me confunde mucho, sólo puedo decir que era muy joven y que su paso era alocado, y daba cabezazos cariñosos a su madre a la altura de sus hombros. Preguntó:
- mamá ¿porqué papá pasa tan poco tiempo conmigo?
Ella, muy acostumbrada a ese tipo de preguntas (porque no se sorprendió en absoluto) le contestó:
- Cariño, papá trabaja mucho, para que salgamos los tres adelante… ¿no lo sabes ya, cielo?
- Si mami, pero es que tengo ganas de ver a papá…
- Anda, vamos vida, que pronto papá llega a casa y le gusta cenar con nosotros. ¿me ayudarás a poner la mesa, como siempre?
- Mami… ¿soy malo alguna vez contigo?
- Jamás, amor mío.
Me puse las gafas de sol, porque no quería que nadie viera que me brotaban las lágrimas sin control alguno.