13 de abril de 2008

Asalto

No se limita a cepillar-se al padre, ahora le cepilla el pelo a la hija... -bajó la cabeza y me escudriñaba por encima de las gafas. No había mala intención en su comentario. Haciéndome la sorda, pasé página a la revista, que por supuesto no leía, porque trataba de dar respuesta al montón de preguntas que me hacía mi conciencia... tan aprisa... a la vez que hacía comentarios triviales para cambiar el tema de conversación.
Pero me quedó suspendida una pregunta sin respuesta.
Esa incógnita desencadenó otro atropello de interrogantes.
Me asaltó el miedo.
A veces no se sabe qué hacer.
Sólo se tiene muy claro, lo que no se debe hacer.

2 de abril de 2008

27 kilómetros, 27 años. (III parte)

Hice una escapada a Cádiz, para comprar las entradas de un concierto en Madrid para Julio y ver en directo a The Police. Necesitaba hacerme una revisión médica de rutina, y aproveché el viaje.
Con dos palmaditas en la espalda de aprobación, y con sosiego en el alma, me entretuve en mirar en un centro comercial la cartelera de espectáculos en la capital. Cuatro temporadas lleva el musical de mayor éxito en España, Hoy no me puedo levantar, con más de un millón de espectadores. Nacho Cano anuncia que será la última, que bajará el telón definitivamente este año. Puro marketing.

Visité a mi madre, que había encontrado entre los trastos algunas cosas que quería darme, entre ellas, una fotografía en blanco y negro donde aparezco con un vestido que aún recuerdo, que data del año 1972, donde por un instante vi a mi hija, y mi vinilo más preciado con su desgastada funda, con las letras a la espalda que tanto canté, con su piano nevado en la portada, con mi adolescencia impregnada en su olor a viejo, con los lomos rotos por el roce de los años, veintisiete años.

De regreso a casa, durante los 27 kilómetros de vuelta oyendo Kiss FM, a la que soy adicta desde que nació tímidamente hace seis años, mientras el Atlántico se deslizaba orgulloso a mis pies cruzando el puente levadizo que une la península gaditana de la península ibérica con el lugar donde siempre soñé vivir y las circunstancias me llevaron por puro azar, miraba con el rabillo del ojo al asiento del copiloto, y hacía balance de mis sueños cumplidos, de mi obra maestra, mi hija, que era mi vivo retrato, de las bestiales batallas que he librado y vencido, y tomé conciencia de mi fortuna, de mis tesoros, de mi presente.

En lo más alto del puente José León de Carranza, bajé a tope las ventanillas, el levante de siempre me despeinó, inspiré todo el salitre de mar que pude… y expiré pura felicidad.

27 kilómetros, 27 años. (II parte)

Corrían los 80 vertiginosamente, cuando a mis quince años Mecano, sacaba a la luz un disco con nombre propio. Se repetía hasta la saciedad en todas las diales de radio. El tema “Hoy no me puedo levantar” estuvo más de dos meses en los número uno de ventas. Por otro lado, a través de una amiga del instituto, que no tomaba apuntes en clase jamás, que tocaba la guitarra española cuando hacía rabona, y que era la alumna más destacada del centro, descubría a Supertramp, y su obra maestra “Even in the Quietest Moments”. A escondidas de mi padre, estrené en su tocadiscos el primer vinilo que compré con mis escasos ahorros, y no me cansada de escuchar “Fool’s Overture”. Durante los más de diez minutos que dura la pieza, que considero una obra de arte, chapurreaba la letra en mi patético inglés, con el vello erizado al abrigo del eco de las campanadas de fondo.
Años en los que vestí los primeros vaqueros ajustados, calcé botas vaqueras que lustraba con grasa de caballo apestando toda la casa, en los que me corté demasiado el flequillo, en los que fumé los primeros cigarrillos, y en los que escondí (mal escondidos) los primeros besos en los labios de otro quinceañero, cuyo rostro olvidé.
Ya entonces me había enamorado del Puerto de Santa María, un pueblecito famoso por su marisco, sus playas, y un ambiente tan cosmopolita, que me subyugó. Algún que otro domingo, mi padre nos llevaba a mi hermano y a mí, para darle una mariscada a mi madre, buscando el perdón de ella, después de una disputa matrimonial. Ya estábamos acostumbrados, tanto a las trifulcas como a las reconciliaciones.
Juré que cuando fuese mayor, viviría allí, en el Puerto. Una ventana inmensa al Atlántico.