25 de febrero de 2008

Tres mil años de historia


Fotografía: Juanlu González

Cuando el mar se retira al otro lado del océano, sus murallas nos descubren tres mil años de secretos, de historias, de vidas, de hundimientos. Entre el susurro de las olas, el viento del sur, el levante, trae a la costa voces para pescar sueños.

23 de febrero de 2008

Escapa de tu tierra de desventura,
báñate en mi océano húmedo de ardientes fuegos,
te incito a perder la cordura,
no importa lo que nos lleve en tiempo.

Deseo ser el mar donde navegues
y sin premura pierdas rumbo,
te doblegues cautivado,
sucumbiendo a mis placeres.

Si te falta el aire, respiraré por ti,
Si te faltan fuerzas, te lastraré
boqueando, exhausto, requebrado… te encenderé.
Me negarás, mas te naufragaré.

Tras la ola,
tú, a tu tierra desierta,
yo, a la quietud que despierta
el aire tras la tormenta.

Volveré a entonar los cánticos de sirena
Caerás de nuevo en mis espumas.
Poseído.
Resignado.
Regresarás a mi lado.


Magma, 14 Julio 2004.

Si nuestro Don Quijote se hubiera topado con este "molino de viento"...

Fotografía: Juanlu González




21 de febrero de 2008

Estaré ausente unos días, estoy gestando un relato que consume todo mi escaso tiempo libre.
Pero os leo... siempre.

15 de febrero de 2008

Pronto el mar vestirá sus galas turquesa. Con transparencias brillantes me seducirá. Corrientes cálidas llegarán a la costa, y me atraparán en baños interminables, en piruetas sin sentido, en volteretas caprichosas.
El tiempo pasa.
El frío pesa.
Pero el sol pisa
y el color, se posa.

12 de febrero de 2008

Mírame, madre

Quiero que sepas, mientras pueda decirte.
Aprendí con tus lecciones. Incluso de tus errores... aprendí.

Sé de sacrificios.

Conozco el precio que se ha de pagar, por ser libre.
Supe perderlo todo.

Trabajé como tú, por recuperar la dignidad que el amor mal entendido roba.
Heredé tu vestido de soledades. Con él me disfrazo en carnaval, y con papelillos de colores en el pelo, me asomo al balcón para que el levante se los lleve.

Madre: voy a llamarte ahora.
Sé que estas enferma hoy, y charlaremos sobre la vida. Sobre mis hermanos. Sobre mi padre que se fue.
Oiré tus mismas historias, que aprendí ya de memoria… pero no importa.
Mírame, madre. En la mujer en la que me he convertido…

10 de febrero de 2008

Repasando lecciones de antaño

A veces, se aprende dolorosamente. Y lo que es peor: se olvida.

Es bueno repasar. Recordar ayuda a no caer en la garras del "error repetido".

Cómo dijo Gabriel G. Márquez en una ocasión: "mirar atrás para comprender.... y adelante para vivir"



Necesito rescatar otro retal de antaño, y aquí lo dejo:



Los cuatro jinetes de mi ApocalipsisNo sé exactamente a qué hora perdí el control.
Rugía como una fiera, el dolor era insoportable. Alguien, enfundado en una bata blanca, acercó su rostro por mi izquierda escudriñando el vendaje ensangrentado que cubría mi seno derecho. Con una fuerza sorprendente, fruto del miedo, así la bata de aquel hombre, y tiré de él hasta que la punta de su nariz rozó obligada la mía.
-¡¡traiga al cirujano!! ¡Una teta no puede doler tanto!...- vociferé. Y le empujé hacia atrás con violencia. Perdí la noción del tiempo. Un chico delgado y tembloroso intentó cogerme en brazos. Lo intentó de varias formas. Sentí sus uñas clavadas en el brazo hinchado por el gotero. Titubeaba, novato. Le aparté y me colgué de su brazo para sentarme. La sonda se adentró aún más. Me tiré a la silla de ruedas con mi bolsa de orina en la mano izquierda, y el drenaje sangre en la derecha, vociferando alaridos. Ante mí, la camilla del quirófano, de nuevo. En fracciones de segundo desfilaron entre mis ojos y esa camilla, cuatro instantáneas congeladas en algún lugar de mi memoria:

Tras veinte horas de parto, exhausta, rota, mi diminuta hija, envuelta en sábanas verde quirófano, recostada bocabajo sobre mi prominente vientre recién parido, abrió sus enormes ojos verde mar para buscar, a mis mimos, los míos. Una prometedora sonrisa dibujó sus húmedos labios, y encontró otra tan amplia de los míos, extremadamente secos, que se rompieron al hacerla: mi jinete VIDA.

Aquella sombra que devolvía el espejo, no podía ser yo. El cuarto ciclo de quimioterapia se había llevado por delante mi lustrosa melena castaña. Al sol del atardecer, la horrible cicatriz que cruzaba el hueco de mi pecho robado, brillaba presuntuosa, para lucirse y avergonzarme. Mi rostro se asustaba al verse. Mis ojos querían escaparse de sus cuencas, sostenidos en el aire sobre moradas ojeras que desafiaban a la gravedad, una y otra vez, dentro de la fría y blanca taza del retrete. Esa sombra gris enmarcada en el espejo: mi jinete MUERTE.

Tenía quince años. Plena adolescencia. Educada en estrictos colegios de monjas, fui castigada por mi madre a un encierro que duró tres meses. No era de su agrado el hombre con el que me habían visto besarme en un banco de la Alameda. Temiendo perder mi celosamente custodiada virginidad, pasé tres meses de un verano encerrada entre las cuatro paredes de mi lúgubre habitación, soñando que mi príncipe azul esperaría por mí. Pero muchos días estaba sola en casa, y no había pestillos en las puertas. Incluso conocía el escondite de la llave de repuesto de la casa... Jamás me escapé. Mi tercer jinete, para mi propio asombro: SUMISIÓN.

El horizonte desplegado ante mí, me abrazaba agradeciendo mi visita. La subida al Cornón, en el corazón del Parque Natural de Somiedo, había sido muy dura. Mis hinchados pies luchaban por abandonar las botas de montaña. La niebla hacía horas que había huido despavorida del bravo sol del mediodía. El espectáculo invitaba a la reflexión sobre la infinitud. El cilindro gris de cemento se erguía sobre la máxima altura de la montaña, simbolizando cartográficamente la cima del pico. Sobre su base cuadrada, tras dejar mi enorme mochila que transportaba mi casa de verano sobre el árido suelo de piedra ocre, abrí mis piernas, para proteger mi cuerpo tras él, del silbante viento. Erosionado por los elementos, el cilindro cubría hasta mi estómago. Me crucifiqué ante el horizonte, alzando los brazos extendidos, mientras que el sudor se enfriaba para hacerme temblar de frío. O quizás de emoción. Me deleité con el paisaje. Alcé la vista al cielo transparente. A su trote veloz, sacudió mi cuerpo el cuarto jinete: LIBERTAD.

De nuevo, la camilla del quirófano se mostraba ante mí monstruosa. Me puse en pié, con mis colgajos de orina y sangre fuertemente sostenidos por mis manos temblorosas. Lo que tardó en caer al suelo mi camisón roto a tijeretazos por los cirujanos, en la intervención de la mañana, fue lo que tardaron en cruzarse de cara los jinetes. Sumisión y Muerte, frente a Vida y Libertad. Se retaban mutuamente. La misma ruta, direcciones opuestas.

Y mis pies desnudos rebasaron la blanca seda del camisón, para emprender ansiosos el camino hacia la camilla.
J.L. se asomó a mi cara. Serena y decidida le dije:
- a ver que le pasa a esta teta.

9 de febrero de 2008

Circulo de seguridad






Decidí soltarle en el bosque. Pasé por alto la señal de "prohibido el paso", y aunque el guardia de seguridad me miró extrañado, le sostuve la mirada. Como si hubiera vivido allí toda la vida, me colé en la zona restringida a los americanos de la Base de Rota.

Un bosque de pinos, acebos silvestres, brezo floreciente, y verde hierba alta... todo un espectáculo virgen a los ojos caramelo miel de mi cachorro.

Jugué con él a tirarle palos de madera seca, me subía a cada piedra enmusguecida, giraba alrededor de los pinos, y seguía mis pasos de cerca.

De repente, mientras me peleaba con el mp4 en busca de la banda sonora de "El gladiador", desapareció.

Durante varios minutos, eternos, no veía la punta de sus orejas, ni su rabo oscilante.

Recordé un truco que hace tiempo me enseñó un adiestrador de perros: alejate más, sal del círculo de seguridad que le vincula a tí. Él te buscará...

A contralevante, corrí como si me llevara el diablo. Mi olor debió quedar entre los pinos. Me escondí tras un grueso tronco y me agazapé contra el suelo. Cómo le ví, y cuanto aprendí.

Nervioso, corría en zig zag con la cabeza muy alta, las orejas hacia delante, el rabo tieso, y el viento me trajo su llanto de miedo. Por su bien, y por el mío, para no perderle nunca más, le dejé sufrir un poco.


-Lenko, ven!- grité por fin.


Galopando, con la lengua bailando al aire, se abalanzó sobre mí, gimiendo y lamiendo mi barbilla...

Desde aquel día, vamos al bosque, allí le suelto en libertad... pero sabe, que si se extralimita del círculo ... me puede perder. Él se siente libre. Y yo confío en él.

Así entiendo ahora las relaciones humanas. Los vínculos entre amantes... a ciertas edades...

Cada cual sabe el diámetro que debe dar a su círculo de confianza. Cada cual sabe qué pasaría, si se extralimitara.

Se me va de la mano



Esta noche. Especialmente sensible, especialmente oscura, especialmente solitaria.
Quizá no debiera hoy decir nada, Quizá el Ribera del Duero regó aprisa mi boca, sin haber comido nada y se subió a mis sesos. Su aroma a cacao me pierde...
Quizá el fuerte levante que sopla hoy, me despeinó demasiado el alma, y el rumor de esas olas que me llaman... si no hiciera tanto frío, si no fuese tan tarde... iría a la playa.